jueves, 28 de junio de 2012

Animales que desaparecieron sin dejar huella (Fotos)


La tortura gigante conocida como “El Solitario Jorge”, fue encontrada sin vida en la mañana del pasado domingo en su corral del Parque Nacional Galápagos por Fausto Llerena, quien fue su cuidador en los últimos 40 años, así lo indica el sitio bbc.co.uk

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Su edad aproximada era mayor a los 100 años, aunque los científicos consideran que murió a una edad joven para su especie, ya que estas enormes tortugas podían vivir hasta 200 años.

Aún no se saben las causas de la muerte, pero la dirección del Parque Nacional Galápagos se comprometió a darlas a conocer una vez que tuvieran dicha información.

“El Solitario Jorge” murió sin tener descendencia, a pesar de los frecuentes intentos por parte de los científicos de que éste se apareara durante las últimas cuatro décadas, por lo que su muerte representa el fin de la subespecie de tortugas gigantes conocidas científicamente como Geochelone nigra abingdoni.

La existencia de este animal en el Parque y sus dificultades para procrear, lo convirtieron en un símbolo de las Islas Galápagos, atrayendo anualmente a 180 mil visitantes aproximadamente.
Por ello su cuerpo probablemente será embalsamado y conservado para que pueda ser apreciado por generaciones futuras.


Son muchas las especies que han tenido el mismo destino de extinción, y otras tantas actualmente también están en peligro de desaparecer del planeta. Con información de neoteo.com y 20minutos.es, De10.mx te presenta 10 animales extintos y la causa de su desaparición.

Oso de Atlas. Conocido científicamente como Ursus arctos crowtheri, se trató de una subespecie de oso pardo. Habitaba en la cordillera del Atlas, desde Túnez a Marruecos. Fue el único oso que vivió en África en épocas recientes y tenía mucho menor tamaño que otros osos pardos, además de un hocico más chato.

El pelaje de su dorso era de color muy oscuro, casi negro, y en los costados y patas era de color rojizo.

Se alude a él en varios textos romanos, en donde mencionan a la subespecie como abundante, sobre todo en las regiones cubiertas por bosques de pinos. Incluso existen mosaicos romanos de la época en los que aparece el oso de Atlas. La caza y la destrucción de su hábitat natural lo llevaron a la extinción.

 León del Cabo. Su nombre científico es Panthera leo melanochaitus y era el león más grande del territorio africano, pues llegó a pesar 250 kilos. Vivía en la zona de las llanuras herbáceas del Karoo, al suroeste de Sudáfrica.

Los machos tenían una densa melena de color negro que se extendía parcialmente hasta el vientre; llevaban una vida solitaria por lo que no formaban manadas.

La culpa de su extinción es atribuida a los colonizadores holandeses, pero se sabe que los verdaderos responsables fueron los ingleses, quienes comenzaron a cazarlo indiscriminadamente, tanto por deporte, como represalias a sus ataques al ganado. El león del cabo tuvo su desaparición oficial en 1865, cuando el último ejemplar fue cazado por hombre conocido como el General Bisset.


Codorniz de Nueva Zelanda. También se le llamó Koreke, en lengua maorí y su nombre científico es Cotornix novaezelandiae; el primer espécimen fue capturado en el año 1827 y los últimos fueron cazados entre 1867 y 1868.

El macho y la hembra eran muy similares en aspecto, aunque el tamaño de la hembra solía ser menor. Se cree que abundaba en 1865, aunque empezó a disminuir su población tras la introducción de animales foráneos, como las ratas y los cerdos entre otros. La caza también fue un factor importante en su desaparición, pues su carne era muy apreciada por los colonos.



Alca gigante. Fue un ave muy peculiar, la más grande de su especie, por lo que también se le conocía como “Alca imperial” o “gran pingüino”. Fue muy abundante en la época romana, a lo largo de las costas del Océano Atlántico, desde Florida a Groenlandia, incluyendo a Islandia, Escandinavia, las Islas Británicas, Europa Occidental y Marruecos. También se le podía ver en el Mar Báltico y al oeste del Mar Mediterráneo.

Los adultos medían aproximadamente un metro de alto y su plumaje era negro en las alas, espalda, cuello y cabeza. A los costados de la cabeza tenían dos manchas blancas y las patas eran oscuras y palmeadas.

Utilizaba su pico para cazar bajo el agua y como los pingüinos, no podía volar y tenía una gran adaptación al buceo.

Se cree que justo su incapacidad de volar y el sabor de sus huevos fueron la causa de que se convirtieran en víctimas de la caza indiscriminada. A finales del siglo XVI desapareció de la Europa Occidental y sólo abundaba en el norte de Nueva York. En el año 1800 aún se le podía ver en Islandia, pero tras la llegada de dos barcos a la isla entre 1808 y 1813, el consumo constante de sus huevos los llevó a la extinción en 1844.



Tigre Persa. Otra forma de nombrarlo era como “tigre del Caspio” Habitaba la región comprendida por la península de Anatolia, el Cáucaso, el Kurdistán, el norte de Irak e Irán, Afganistán y gran parte de Asia Central.

Fue la tercera subespecie de tigre más grande, después del tigre siberiano y el de bengala. Su pelaje era amarillo, casi dorado. En los costados y la cara su pelo era de color blanco y sus rayas eran de color marrón.

Se adaptaba fácilmente al frío, pues su pelo crecía para soportar las bajas temperaturas de las montañas de Asia. Los machos pesaban entre 169 y 240 kilos, y tenían una longitud de 2.65 a 2.95 metros. Sus patas contaban con garras excepcionalmente largas, incluso más grandes que las de cualquier otro tigre.

Cuando los zares de Rusia ocuparon las tierras fronterizas de Asia Central y el Cáucaso se ordenó al ejército que se asegurase de exterminarlo. La deforestación producida por los colonos también contribuyó a acabar con la especie. El último ejemplar se vio en Tadjikistán en 1961.

 Coquí Dorado. Era una rata muy pequeña que habitaba en Puerto Rico. Su nombre provino por la llamada de dos notas que hacen los machos, que suenan como “co” – “qui”. Su forma de reproducción les permitía no depender de las fuentes de agua que necesitan especies parecidas para que se desarrollen sus renacuajos, pues la hembra ponía entre 25 y 40 huevos cada vez en hojas de bromelias y sus crías nacían totalmente formados.

El color del coquí (Eleutherodactylus jasperi) era entre amarillo y dorado y medía sólo dos centímetros. Algunos naturalistas se resisten a declararlo extinto, pero tampoco se han tenido avistamientos de la especie en los últimos años.

 Pika Sarda. Descrita por algunos autores como un “conejo gigante sin cola”, su extinción ocurrió aproximadamente en el año 1800. Fue una especie nativa de la isla de Cerdeña y el sabor de carne fue lo que le costó la vida a todos los ejemplares de la isla.

Se han reportado algunos avistamientos de pikas salvajes en el interior de la isla, pero ninguno ha podido ser verificado. La última mención que puede encontrarse como verdadera es la realizada por Cetti en 1774, quien describe a unas “ratas gigantes” muy abundantes en la isla de Tavolara, vecina de Cerdeña.

 Oso Mexicano. Habitaba en la zona suroeste de los Estados Unidos y el norte de México. En territorio nacional vivía en zonas de pastizales y montañosas pobladas de pinos. Era una subespecie del oso pardo, conocido científicamente como Ursus arctos nelsoni, la cual no se conocía mucho tiempo antes de se extinguiera en 1964.

Se dice que un joven mexicano logró ver un oso argénteo en 1983, aunque no se tienen más datos al respecto, lo que da una ligera esperanza de que, el también conocido como oso plateado, aún se encuentre en este mundo.





Águila de Haast. Sin duda se trataba de una de las aves de presa más grandes que han habitado el planeta, pues tenía un peso entre 10 y 15 kilos, lo que representa casi 40 por ciento más que el peso mayor de este tipo de pájaros existentes hoy en día.

Antes de que el humano llegara a Nueva Zelanda, hace unos 700 años, la región no contaba con mamíferos terrestres. Además de los murciélagos, los únicos habitantes eran aproximadamente 250 especies de pájaros, siendo el águila Haast, la cabeza de la cadena alimenticia, pues incluso cazaba pájaros herbívoros incapaces de volar de casi 200 kilógramos. Bastaron dos siglos tras la llegada del hombre para que el último ejemplar desapareciera.

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