Resulta curioso comprobar cómo el azúcar agrada al bebé casi desde su nacimiento y cómo empieza a succionar con más entusiasmo si le endulzamos un poquito el biberón. En cambio, cuando le ofrecemos un sabor amargo, la mueca de desprecio no se hace esperar.
A pesar de ello, hay que evitar que los bebés ingieran alimentos azucarados. Y lo mismo va a ocurrir en la edad adulta: nuestro paladar no siempre va a coincidir con las comidas más saludables. Además de provocar sobrepeso, los alimentos excesivamente calóricos originan consecuencias graves en la salud. A medida que aumentan los productos calóricos en la dieta, van disminuyendo aquéllos otros más nutritivos y bajos en grasas y calorías.
En el gusto confluyen varios factores, desde la genética hasta las costumbres culturales y las experiencias más o menos agradables en el estreno de sabores. Cuando el paladar se habitúa a un sabor dulce, se tiende a ingerir a menudo galletas, bollería, pan, caramelos... La mente suele asociar el sabor dulce con el placer, debido a que es el primer sabor que experimentamos tras el nacimiento.
Las investigaciones hablan de un tipo de adicción por los carbohidratos. En realidad se trata de un desequilibrio hormonal y neuroquímico que altera la capacidad del cuerpo para producir serotonina, una hormona vital en el bienestar. La persona que lo padece trata de compensar su estado anímico tomando azúcar.
dE: 6topoder.com
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