El temor de parecer estúpido es en algunos casi tan intenso como el deseo de parecer inteligente, lo cual les hace caer en prácticas que, irónicamente los llevan a eso que tanto querían evitar.
En el trato
cotidiano la inteligencia es un concepto ambiguo cuya definición obedece a una
cantidad incierta de circunstancias: la edad del juzgado, la compañía y la
situación en las que nos encontramos, etc. Inteligente puede parecer lo mismo
una persona memoriosa —que recuerda con precisión citas literarias, datos
históricos, geográficos o estadísticos—, una ingeniosa —que reacciona con
agudeza— o alguien que encuentra la solución más eficaz para un problema dado;
en ciertos casos, incluso alguien con una capacidad verbal por encima del
promedio, la elocuencia desmedida, se tiene por signo de gran capacidad
intelectual.
Sea como
fuere, para muchas personas el temor de pasar por estúpido es casi tan intenso
como el deseo de parecer inteligente, comportamientos un tanto inexplicables y
aun ridículos por los que puede incurrirse en eso que tanto se busca evitar.
A
continuación, cortesía del sitio Cracked, presentamos 5 de las actitudes más
estúpidas con que ciertas personas intentan parecer inteligentes
5.
Burlarse del concepto de Dios (y de los creyentes)
En la
modernidad occidental, la idea de Dios ha sido una de las más atacadas por el
racionalismo que, casi desde el siglo XV, se erigió en paradigma de pensamiento
dominante, postura que alcanza su culmen en sentencias como la de Marx —“la
religión es el opio del pueblo”—,
Nietzsche —“Dios
ha muerto”— o Lacan
—“Dios es inconsciente”, en su Seminario 11—, que de algún modo revelan la
naturaleza entre fantasiosa y netamente material del concepto.
Estos, sin embargo,
son planteamientos teóricos enraizados en sistemas mucho más complejos, de
implicaciones que superan en profundidad a la simple habladuría de quien
desprecia hasta el más mínimo tufillo de divinidad y religión solo para parecer
dueño de un pensamiento de vanguardia, arrasando en su desdén con toda la rica
tradición que las creencias religiosas han acuñado a lo largo del tiempo.
4. Gusto
por el jazz
El jazz es
uno de los géneros musicales que, por algún azar caprichoso, está rodeado del
aura de la intelectualidad, quizá porque en su edad dorada —la época de Charlie
Parker o Thelonius Monk— muchos escritores y artistas contemporáneos, hicieron
de estas figuras materia de sus creaciones.
Para algunos
el jazz es música que debe “entenderse”, lo que sea que esto signifique, y si
bien por sus estructuras se encuentra a medio camino entre la llamada música
clásica, ciertas expresiones de la música popular y la pop, esas diferencia no
tendrían por qué traducirse en una falsa superioridad.
3.
Corregir los errores triviales de otros
La corrección
es un hábito malsano que algunos exageran hasta lo absurdo y lo banal. La
precisión ortográfica, histórica, textual o de cualquier otro tipo es en
algunos voluntad compulsiva u obsesiva que solo queda contrarrestar con dos de
los aforismos más certeros que G. C. Lichtenberg escribió a este respecto
(ambos en traducción de Juan Villoro):
Desde
siempre, descubrir pequeños errores es una actividad de cabezas mediocres. Las
cabezas dotadas no hablan de pequeños errores y en todo caso hacen críticas
generales. Los grandes espíritus crean sin criticar.
A lo más que
puede llegar un mediocre es a descubrir los errores de quienes lo superan.
2. Citar a
Joyce
Presumir las
lecturas con ánimo petulante es, quizá, uno de los recursos más frecuentes con
que algunos listillos identifican la inteligencia. Y, entre estas, quizá tan
pocas que vengan acompañadas de la apariencia de complejidad como James Joyce
(aunque autores existencialistas, Kafka, Proust, el Quijote o escritores
de latitudes exóticas conocidos por unos cuantos, pueden cumplir igual
función).
1. Negarse
a discutir
Pocas
situaciones que templen tanto la inteligencia auténtica como la discusión. En
cierta forma, quien es verdaderamente inteligente —incluso sin que importen circunstancias
de personalidad como la introversión o la extroversión— pocas veces rehúye la
oportunidad de poner a prueba sus capacidades argumentativas, el conocimiento
que tiene sobre un tema o la agilidad de su pensamiento. De ahí que, con cierta
probabilidad, quien se niega a confrontar lo que asegura, sepa en el fondo que
solo es un farsante.
dE:
pijamasurf
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