Mientras leo el reportaje sobre
el “Programa de estudio de Educación para la Afectividad y la Sexualidad Integral” en el diario La
Nación y escucho el último disco del grupo Malpaís “volver a casa” me atrevo a
hacer un par de reflexiones:
La primera es esto de ser
costarricense, esto de haber nacido en esta tierra y quererla como a una madre.
Es nuestro país sin duda el hogar, la casa, pero también el lugar que alberga a
los ciudadanos que olvidamos lo que significa cobijarnos con la bandera y decir
que pertenecemos acá. No es ser tico de 25 de Julio, de 20 de marzo, ni
vestirnos como campesinos para setiembre y llenar la casa con banderas un mes
para luego vender nuestros campesinos y guardar las banderas los otros 11
meses. Ser tico debería ser, opino yo, informarnos, no dejar que nos vendan
simulacros, votar (¡por favor! ¡Votar!), y decidir que si no queremos a la
misma gente de siempre en el poder, tenemos que involucrarnos, informarnos de
los partidos y darnos voz y voto, dejando de lado esa mediocridad que es el “no
es conmigo”.
La segunda cosa es la
información. Recuerdo entonces el dictamen claro de mi madre: Los políticos no
quieren invertir en educación, ni ayudar a educar a la población porque entre
menos gente educada más fácil manejarlos. Simple, directo, cierto. Entra ahí la
cifra que nos arroja La Nación “La
Encuesta Nacional de Sexualidad mostró que el 93% de los ciudadanos está de
acuerdo con que se imparta el tema de sexualidad en los distintos centros
educativos”. Es entonces que el 7% de la población traba en este momento
que la decisión casi unánime del pueblo se imponga ¿y nosotros los dejamos?
Salí del colegio hace unos 4
años. Recuerdo haber visto por lo menos 5 embarazos, algunos de amigas mías,
otros de chicas que de pronto tenían la atención de toda una comunidad
estudiantil que las señalaba sin terminar de entender. Lo más cerca que estuve
de una clase de sexualidad fue un taller donde le poníamos un condón a un
banano, con 17 años y cuando (casi puedo apostar) 2 o 3 personas de mi clase
eran vírgenes.
Los padres que nos tuvieron a
nosotros, los miles “chiquitos torta” que andamos por la calle no nos negarían
la educación. Quisieran, con justa razón, que no cometiéramos los mismos
errores que cometieron ellos por no tener una educación en la que nos enseñen a
llamar cada cosa por su nombre y dejar de ver el sexo propio y el ajeno como
algo “del diablo”.
Si pudiéramos enseñar a cada niño
y niña que la masturbación es un proceso normal, que hay que conocerse y
quererse uno primero como obligación antes de dejar que alguien nos quiera. Si
nos enseñaran a decir “me quiero” primero que “te quiero” y que siempre,
siempre, siempre, se puede decir que no. Entonces cada joven cuando tuviera la
presión del grupo y se enfrente a un cuerpo desnudo pueda tomar su propia decisión,
consiente de sus responsabilidades y consecuencias y podría, además, querer
bien y disfrutar de una sexualidad plena. Una sexualidad que se alejaría de la
eyaculación precoz y egoísta del “ya terminé” y de la sociedad donde muchas
mujeres nunca han tenido un orgasmo. Y seríamos, creo yo, más felices.
Tengo 21 años y cuando a mi o a
alguien de mi generación se le consulta sobre su primera vez es recurrente el
“fue lo peor”. Opino que si para nosotros fue algo malo, traumático y hasta
aburrido, deberíamos preocuparnos por qué los que han de venir puedan
disfrutarlo de una manera que sea sana, sabiendo lo que están haciendo, con
toda la información necesaria que les dé el poder de tomar la decisión de decir
“si” o “no” pensando primero en si quieren o no quieren y no en lo que opinen
los demás.
Tener relaciones sexuales no debe
ser algo que nos mande al infierno, lo han hecho nuestros padres, nuestros
abuelos y así por los siglos de los siglos. Si la abuela que quedó embarazada
joven tuvo al hijo que dejó a la nueva madre embarazada joven y así tienen a la
muchacha que quieren proteger ¿por qué no cambiar la fórmula? ¿Por qué no poner
las cartas sobre la mesa y conversar sin sonrojarnos? Decirles que se conozcan,
que se quieran y sean celosos con sus cuerpos antes de compartirlos en un acto
que es cercano al amor cuando se hace como decía la “niña” de primer grado
“despacito y con buena letra”.
La información es poder, amigo,
hermano costarricense, hijo de este suelo que llamamos madre y hogar. Si nos
informamos sobre como van las elecciones internas del PLN sin pensar en que no
es con nosotros, si estamos atentos de que pasa con el hueco, con las platas
que se pierden, con los puentes Bailey,
con los chorizos, con los de siempre, si metemos la cuchara, el tenedor, el
cuchillo y el dedo en el plato que es de todos y que llamamos tiernamente país,
entonces esta Costa Rica que no es la de las fotos, ni la de las banderas del
15 de setiembre, se parecerá más al país que soñamos para todos.
Si 9 de cada 10 de nosotros
quiere información para tomar las decisiones no dejemos que esa otra persona
nos la niegue. No permitamos que nos cambien las noticias del país que nos
importa por minutos para Combate o Nace una estrella. No permitamos que nos
vean la cara, que se burlen de nuestra inteligencia. Queremos información y
tenemos que exigirla, con las manos, con los pies, en las calles y en las
paredes, dejar de ser los labriegos sencillos y hablar en serio cuando decimos
que estamos ahí “en la lucha tenaz”.
Yo quiero una Costa Rica
diferente, donde no todo está inglés y nadie se burla de mi inteligencia cuando
prendo la televisión o la computadora. Mientras llueve afuera escucho a Fidel
Gamboa hablar de un país que es cada vez más distinto de este…yo también quiero
volver a casa ¿y usted?
Mauricio Sgadi. Publicado en 89decibeles http://www.89decibeles.com/articulos/volver-a-casa
Puede seguir al autor en twitter @MauricioSgadi
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